viernes, 2 de mayo de 2008

Gabriela Mistral

«Oración de la Maestra» (la maestra en cuestión era, naturalmente, la institutriz):
¡Señor! Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe; que lleve el nombre de maestra,
que Tú llevaste por la Tierra... Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el
desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la
mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren... Hazme
despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda presión que no sea la de tu
voluntad ardiente sobre mi vida... Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser
complicada o banal en mi lección cotidiana... Aligérame la mano en el castigo y
suavízamela más en la caricia.

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